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PSICOLOGÍA SOCIAL Y NEUROCIENCIA

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INFLUENCIA Y PODER EN LA VIDA SOCIAL

INTRODUCCIÓN

El título de este capítulo lleva implícitas dos ideas que conviene dejar aclaradas antes de entrar en materia. La primera es que el poder es una de las bases de la vida social, es decir, de las acciones y de las relaciones cotidianas que se llevan a cabo entre personas, grupos, instituciones, organizaciones e incluso entre países. Esta primera consideración justifica sobradamente su presencia en un manual que se ocupa de algunas manifestaciones del comportamiento humano, tanto a nivel individual como grupal y colectivo. La segunda idea apuesta por considerar la influencia como un proceso que impregna los acontecimientos de nuestra vida social, incluso aquéllos en los que no está, ni se espera, la presencia del poder. Desde ese punto de vista, se considera al poder como una subcategoría, como una de las dimensiones y manifestaciones de la influencia.

 

Ése es el marco teórico en el que se ubica este capítulo. Para completarlo se añade una última apreciación: la influencia es la continuación natural y la consecuencia más directa e inmediata de la situación, que es la principal seña de identidad de la aproximación que la psicología social hace al estudio del comportamiento humano.

Los autores clásicos de la disciplina hablaban de situaciones de estimulación social. Aquí se hablará sencillamente de situación, que se define -sin entrar en detalles innecesarios por el momento- como todo aquello que está o ha estado situado fuera de la piel del sujeto. Eso ocupa un espacio prácticamente inabarcable, pero, si hacemos caso, como es nuestro deber, a lo que han dicho los maestros de la disciplina, creemos que la situación quedaría adecuadamente recogida en la siguiente taxonomía: a) los otros individualmente considerados; b) los otros en tanto que pertenecientes a grupos y categorías sociales; c) los grupos en los que estamos y a los que pertenecemos; d) la estructura social, e) la cultura. Este sería otro de los argumentos centrales de este capítulo: toda situación es, por su misma naturaleza, un escenario y una fuente de influencia. Para expresarlo con más propiedad: la influencia sería todo lo que ocurre en el seno de los diversos ambientes. escenarios, contextos y situaciones en los que inevitablemente está la persona y en los que se manifiesta su conducta. Dicho de otra manera: desde la psicología social no cabe pensar en un sujeto y en una acción fuera de un contexto o de una situación (de influencia, naturalmente). 

LA NATURALEZA DE LA INFLUENCIA

John Darley y Bibb Latané cuentan que los sujetos que tomaron parte en sus famosos experimentos sobre la conducta de ayuda se negaban a admitir que su falta de socorro a una persona en situación de emergencia hubiera sido debida a la presencia de otras personas a su alrededor. Probablemente, les parecía una explicación banal, anecdótica, sin fuste cien-tífico, o quizás lo que no les gustaba era tener la sensación de que su comportamiento hubiera estado dominado por fuerzas ajenas a su propia voluntad. Lo curioso, sin embargo, es que cuando nos encontramos solos frente a esa misma situación, nuestra reacción de socorro y ayuda es inmediata.

Este sencillo ejemplo encierra una de las claves de este capítulo: a veces, muchas más de las que no imaginamos, el comportamiento de las personas es distinto si están solas que cuando se encuentran en compañía de otros, bien de manera ocasional, como en este caso, o formando parte de un grupo, como tendremos oportunidad de ver en el capítulo 13: «Pa-rece evidente, pues, que la influencia social se convierte en el determinante más importante de la intervención de quienes se encuentran frente a una situación de emergencia, aunque éstos no sean conscientes de dicha influen-cia» (Latané y Darley, 1970, p. 89). Esa misma evidencia puede encontrarse en otras muchas conductas.

Ya lo había adelantado Kurt Lewin, uno de los maestros de la psicología social: la relación dentro de un todo (espacio vital o situación total, en palabras del propio autor, que está compuesto por la persona -P- y su ambiente -A-) produce efectos (pensamientos, sentimientos, acciones) que no son reducibles (principio de irreductibilidad) a los rasgos y características de las partes que lo componen.

En consecuencia, pues, deberíamos admitir que:

Todo evento psicológico depende del estado de la persona y al mismo tiempo del ambiente, aunque la importancia relativa de cada uno es distinta en diferentes casos.

Entonces, la fórmula C = f (P) (la conducta es función exclusivamente de la persona) se debe cambiar por C = f (P, A) (la conducta es función de la persona y del ambiente)...

La psicología científica debe tener en cuenta las situaciones totales, es decir, el estado de la persona y el ambiente. (Lewin, 1936, p. 12).

Así pues, ésta es la clave de la influencia: los efectos que produce el encuentro, la relación o la interacción entre dos o más objetos o personas.

Ya se han dispuesto algunas claves de la influencia: a) es un proceso que está presente en nuestra vida cotidiana; b) es el efeco que produce la situación sobre las personas sobre lo que hacen, sobre lo que piensan y/o sobre lo que sienten, y c) lo que dicho efecto hace es conducir alguno de estos tres procesos psicológicos por caminos más o menos distintos a los que se hubiese elegido sin su presencia. Es cierto, sin embargo, que debido al error fundamental de atribución al que tan propensos somos los humanos (sobrestimar el papel que juega la persona en detrimento de la situación), nos negamos a darle crédito al ambiente y al contexto como condicionantes de nuestra conducta. Con independencia de que sea cierto o no (que lo es), no nos gusta pensar que estamos en manos de fuerzas que no controlamos. Algo parecido les ocurre, año tras año, a los estudiantes de psicología social. Cuando el profesor de turno expone los principales argumentos de la asignatura y pasa a ilustrarlos con ejemplos tomados de algunas de las investigaciones más clásicas, son frecuentes las caras de incredulidad y extrañeza, y se disparan las preguntas sobre los casos que desmienten el ejemplo o los ejemplos mostrados, así como las inquietudes respecto al (maltrecho) lugar en el que queda la libre voluntad. La respuesta más convincente a todo ello no reside en echar mano de enrevesados argumentos epistemológicos, sino en proponer un sencillo ejercicio práctico:

pensemos en acontecimientos de la vida en los que hayamos actuado prescindiendo de nuestra propia voluntad e impulsados únicamente por la fuerza de la situación. En el recuadro 1 se muestra el resultado de este ejercicio realizado en octubre de 2012 con estudiantes de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid durante las primeras clases de Psicología Social.

Recuadro 1. La fuerza de la situación en la vida cotidiana

Cuando era adolescente, mi grupo de amigos del instituto tenía mucha manía a otra chica de la clase que no era de nuestro grupo. En muchas ocasiones mis amigos hacían bromas sobre ella, incluso la insultábamos entre nosotros o nos burlábamos de su forma de hablar. En realidad, a mí personalmente no me había hecho nada, es más, me parecía una chica muy interesante y por aquellos tiempos podría incluso decir que me gustaba, pero nunca pude hacer público ese sentimiento y en más de una ocasión me vi obligado a hacer burla de esta persona por la que sentía todo lo contrario.

Cuando estaba en primaria, una amiga me dijo que uno de los niños de clase nos iba a dar una invitación para su cumpleaños, pero que como ella estaba enfadada con él le iba a decir que no iba (y no de una forma demasiado amable), y me insinuó que yo también debía hacerlo. Cuando nuestro compañero vino a invitarnos, nosotras le dijimos que no íbamos a asistir tratándole bastante mal. En realidad, yo no tenía nada en su contra, pero mi amiga sí, así que le seguí el rollo. El niño se fue llorando. Más tarde, mi madre me dijo que se había enterado de lo que había pasado, y me preguntó que por qué había hecho eso. Yo no supe qué responder.

En mi época de adolescente, alrededor de los catorce años, mis amigas y yo solíamos ir mucho a mirar tiendas. Algunas veces mis amigas realizaban pequeños hurtos sin gran importancia, solían ser objetos pequeños o de bajo valor. Luego, a la salida de la tienda, comentaban lo bien que lo habían pasado y que era muy guay. Una tarde cualquiera, entramos en una tienda de accesorios. Después de estar un rato dando vueltas y mirando lo que tenía la tienda, vi que una de mis amigas se guardaba algo en su mochila. Entonces yo me armé de valor, cogí los primeros pendientes que vi y me los guardé en el bolso. Al salir lo comentamos entre risas. Repetimos algunas veces más hasta que nos cogieron con las manos en la masa, y ya no lo volvimos a hacer, por lo menos yo.

Mi madre es una fumadora nata, llegando a ventilarse entre dos y tres paquetes de tabaco por día. Yo, desde pequeña, siempre he detestado el tabaco, tanto la presencia del humo como su olor. Recuerdo que en sexto de primaria muchos de mis compañeros va habían probado o empezaban a probar el tabaco. Curiosamente, aquéllos que lo hacían coincidían en ser los más populares de la clase. Yo, sin embargo, me negaba a probarlo. El caso es que ese año había una repetidora en clase con la que rápidamente hice migas. Por diversos motivos sentía una mezcla entre admiración y respeto hacia su per-sona, hasta tal punto que intentaba imitarla en muchos aspectos (forma de vestir, peinar, gustos, etc.).

Los viernes por la tarde y algunos sábados quedábamos fuera del colegio. Al principio acordábamos conjuntamente los planes, pero tras varias salidas y negativas a las alternativas que yo proponía, acabé cediendo a lo que ella decidía, o, mejor dicho, imponía. Un día fuimos a unos callejones un poco apartados del barrio y sacó de su bolso dos cigarros, ofreciéndome uno de ellos. Me pensé unos segundos el cogerlo, pero al final terminé encendiendo el cigarrillo, a pesar de no querer hacerlo.

En una ocasión, jugando a uno de esos juegos en los que un grupo de adolescentes (v no tan adoles-centes) se colocan en un corro con algo de alcohol y deben beber o no, en función de que las personas que escuchan han hecho o no lo que el hablante dice. Ocurrió que siempre este tipo de juegos derivan en algo sexual y al final alguien pregunta si has practicado sexo alguna vez (en diversas modalidades.

Aquella vez me tocó jugar al dichoso juego y me pilló con la mala pata de que todavía era virgen, pero claro, como no podía ser menos y yo debía beber para no dejar ver mi punto débil o mi inmadurez, y mucho menos delante de las chicas, en lugar de decir honestamente que aún era un chico virginal, no lo hice.

En la etapa infantil ejercía activamente la religión católica en un país con una cultura religiosa muy activa basada estrictamente en el Antiguo Testamento, por lo que los diez mandamientos fueron lo primero que me fue enseñado. Para mí, el no cumplir alguno de ellos era estar pecando y desobedeciendo a Dios. Todo ello generaba una ansiedad y una crítica constante a cada acción que realizaba. A mis siete años todo se reducia a reglas y obediencia a alguien que me veía a todas horas, por ello la influencia era aún mayor.

Esta media docena de eiemplos, tomados de entre más de un centenar, muestran a las claras tres hechos muy didácticos:

- Cuando nos ponemos tranquilamente a ello, podemos encontrar numerosos acontecimientos en los que hemos actuado muy a regañadientes, forzando incluso nuestra propia voluntad y prescindiendo de nuestros deseos personales; en algunos casos, es posible incluso que nos hayamos sorprendido haciendo cosas que jamás hubiéramos imaginado, por ejemplo, robar. Seamos o no conscientes de ello (al parecer no lo somos mucho), todos hemos actuado, y no precisamente de manera ocasional, impulsados por la fuerza de la situación.

Parece claro que la influencia que se nos hace más presente, y de la que somos más conscientes, es la que procede de los otros a título personal y de los grupos en los que estamos y a los que pertenecemos. La invocación de la cultura religiosa en España que relata el último de los casos es francamente una excepción que apenas se repite en los 153 ejemplos que ofrecieron nuestros estudiantes.

- Finalmente, detrás de la influencia presente en cada uno de estos ejemplos se encuentra un mismo proceso: el intento de no mostrarse diferente del resto, la necesidad de ser aceptado por el grupo y el consiguiente temor a ser rechazado por él, o el deseo de evitar un castigo o de lograr algún tipo de recompensa. Este tipo de influencia se conoce con el nombre de influencia normativa (Deustch y Gerard, 1955). Sobre ella se volverá, con un par de ejemplos muy clásicos, en el apartado El grupo, escenario privilegiado de influencia, de este capítulo.

Lo que el recuadro 1 muestra es que tanto los estudiantes de la Universidad de Columbia, en Nueva York, de finales de la década de 1960 como los de la Universidad Autónoma de Madrid del año 2012 son sensibles a la influencia: a veces acomodan su conducta a directrices procedentes de un agente externo. Sería verdaderamente desastroso que no lo fueran, porque ello conllevaría la incapacidad para aprender y para rectificar, algo que forma parte de la vida misma. Nacemos como seres humanos, pero aprendemos a convertirnos en personas en el sentido psicológico del término. Nos guste o no, seamos o no conscientes de ello, en determinados momentos (muchos más de los que estamos dispuestos a admitir) la situación es capaz de definir la dirección que siguen nuestros actos sin que nuestra libre voluntad, que tanto apreciamos, haga el más mínimo intento por cambiar su rumbo. Todo ello sucede de una manera que define a la perfección el proceso de influencia: hay unas cosas, dice el Diccionario de la Real Academia (DRAE), que producen ciertos efectos sobre otras, como el hierro sobre la aguja imantada, la luz sobre la vegeta-cón (ésos son los ejemplos que menciona el DRAE), la presencia de otros sobre la conduc-n de avuda en una situación de emergencia, el grupo de amigas sobre la realización de pequeños hurtos o la imposición dominante y caprichosa de una compañera de colegio para probar el tabaco, y así sucesivamente.

De una u otra manera, casi todos los temas y contenidos que tradicionalmente han formado parte de la psicología social se ocupan de este sencillo proceso el efecto que unas personas (su presencia real o imaginada, su poder, su autoridad, su estatus, etc.), bien a título individual o colectivo (los grupos, las organizaciones, las instituciones) y el producto de sus acciones (la cultura de una sociedad, por ejemplo, con sus normas, sus tradiciones, sus creencias, sus modelos de relación inter-personal, etc.) producen sobre lo que piensan, lo que sienten y lo que hacen otras. La propuesta de Solomon Asch, una de las mentes más clarividentes y más lúcidas de cuantas hayan pasado por la psicología social, enmarca y resume, como ninguna otra, el campo de la influencia (Recuadro 2).

Recuadro 2. El ser humano como fruto de la relación (de influencia)

Tesis central: «El hecho capital (del ser humano) consiste en que los hombres no se relacionan solamente con los objetos de la naturaleza, sino con otros hombres, y en tal encuentro se transforman en seres humanos. El ambiente de los demás y los productos a los que han dado lugar se convierten en un poderoso y amplio campo de fuerzas dentro del cual se mueve y existe todo individuo» (Asch, 1962, p. 129)

Esta tesis se despliega en las siguientes proposiciones:

  • La conversión en ser humano es fruto de la influencia recíproca, de las acciones interrelacionadas de unas personas respecto a otras.

  • Ese paso decisivo (la conversión en persona) sólo es posible en condiciones de vida en grupo, en tanto que miembros y partícipes de espacios sociales compartidos con otras personas.

  • Dichos espacios son fruto de un hecho psicológico primordial: la capacidad que tienen las personas «para comprender y responder a las experiencias y acciones mutuas». Este senCillo hecho, «que permite que los individuos se relacionen mutuamente, se convierte en la base de todo proceso social y de los cambios más importantes que ocurren en las personas» Asch, 1962, p. 137).

  • Se trata de una relación «de mutua incumbencia» en la que «los acontecimientos dejan de tener relación sólo con uno mismo» (Asch, 1962, p. 140) para convertirse en acontecimientos que tienen una referencia recíproca. Los acontecimientos psicológicamente más importan-les «ocurren entre las personas», de suerte que «las emociones, los pensamientos y los motivos de una persona actúan como fuerzas que ponen en movimiento las actividades
    PSicológicas de los demás» (Asch, 1962, p. 148).

  • Estos acontecimientos tienen una característica que está presente en casi todas nuestras actividades cotidianas: «Los participantes se hallan en un campo común, se dirigen unos a otros, sus actos se interpenetran y, por lo tanto, se regulan recíprocamente» Asch, 1962.P. 169). Y no sólo eso, sino que «dentro de la sociedad, nos hacemos dependientes de los demás para la comprensión, el sentimiento y la extensión del sentido de la realidad» Asch, 1962, p. 449).

Acción interrelacionada, incumbencia y dependencia mutua, referencia y regulación recíproca, todo ello dentro de un espacio común: ésa es la influencia. Solomon Asch la sitúa en el centro de nuestra vida y de nuestra existencia, y, por tanto, en el centro de las cosas que hacemos y que nos ocurren tanto de manera ocasional como en el transcurso de nuestra vida diaria. Pero no conforme con ello, da un paso más, un paso especialmente importante: la influencia también se encuentra en el centro de los procesos (la estructura social y la cultura) y de los acontecimientos sociales (la pobreza, la violencia, la crisis económica, etc.) por una sencilla razón: no hay acontecimiento ni proceso social que no sea fruto del quehacer humano, de las acciones que las personas, los grupos, las organizaciones realizan unas respecto a otras.

 

Theodor Newcomb, otro de los maestros de la teoría psicosocial, se une a la propuesta de Asch partiendo, además, del mismo supuesto: la persona (la personalidad, dice él) se construye en un proceso de intercambio con los demás, especialmente con aquéllos que comparten la misma cultura, convirtiéndose al mismo tiempo en receptora y transmisora de influencia, de suerte que «dos de las cosas más importantes que conocen los seres humanos son creadas y mantenidas por medio de un proceso en el que las personas se influyen mutua-mente: la personalidad individual y la civilización humana» (Newcomb, 1964, p. 21).

Pero no es la personalidad ni la estructura social lo que interesa en este momento, sino lo que le ocurre en su vida cotidiana a ese ciudadano de a pie que somos todos. Para ello hay que concretar el concepto de influencia, describir sus dimensiones y señalar el alcan ce de sus consecuencias. En el recuadro 3 se recogen algunos de estos pormenores de la mano de algunos de sus más cualificados expertos.

Estas tres acepciones indican algunos detalles a los que es necesario prestar atención:

- Como se ha podido ver en los ejemplos del recuadro 1, la influencia como proceso de inducción al cambio actúa tanto a un nivel personal, haciendo disponible por parte de una persona A a otra B una forma de comportamiento, en palabras de Kelman como social (grupal), como se verá con más detalle más adelante en este mismo capítulo. La influencia no puede limitarse a un proceso entre personas, porque la vida no se agota en procesos interpersonales; es también un proceso entre personas y gru-pos, entre unos grupos y otros, entre personas en tanto que pertenecientes a grupos, entre éstas y las organizaciones en las que trabajan, y así sucesivamente.

Recuadro 3. La naturaleza de la influencia

       Influencia como inducción personal                                                                                      Influencia como proceso social

  • El término influencia social se usa aquí para hacer referencia a un cambio de conducta socialmente inducido. Por tanto, puede decirse que la influencia social ocurre siempre que una persona (P) cambia su comportamiento como resultado de la inducción por parte de otra persona (el agente de influencia, u O) (Kelman, 1982, p. 385).

  • En el fondo, la influencia social es un proceso de cambio en el que las conductas de una persona (lo que dice y lo que hace), sus cogniciones actitudes, opiniones y sentimientos), o ambas, quedan modificadas debido a las cogniciones y conductas percibidas de los otros (Hogg, 2010, p. 1169)

Los fenómenos de influencia se refieren a los procesos a través de los cuales, durante las interacciones sociales directas o simbólicas, los individuos forman, mantienen, difunden y modifican sus modos de pensamiento y de acción. Abordar estos procesos es una cuestión fundamental no sólo para el investigador, sea éste psicólogo, sociólogo, antropólogo o psicólogo social, como es nuestro caso, sino también para los grupos y las sociedades mismas. En las implicacio nes de tales procesos reside el funcionamiento mismo de las sociedades, es decir, su evolución (Pérez y Mugny, 1988, p. 1).

  • Dicha inducción puede darse por medio de contacto directo entre A y B o mediante inFluencia simbólica (los colores de una bandera, la letra de una canción, los acordes de un himno, etc.).

  • Si se vuelve la vista a la definición de Theodor Newcomb, habrá que convenir que influencia no sólo es inducción al cambio, como pretende Kelman; es también aprendizaje de conductas en el seno de una cultura o como miembro de un grupo (la familia, sin ir más lejos) o de una organización cualquiera, da igual que sea un novicio recién ingresado en una orden religiosa o el comienzo de la vida laboral en una em-presa. Juan Pérez y Gabriel Mugny concre-tan: el proceso de influencia abarca la for-mación, el mantenimiento y la difusión de conductas.

  • Tampoco se agota la influencia en lo meramente conductual; se trata de un proceso que afecta también a los procesos cognitivos y emocionales.

  • Hay influencia siempre y cuando las cogniciones, sentimientos y acciones sean distintas de lo que hubieran sido sin la presencia del agente de influencia.

  • Por último, no podemos cerrar los ojos a esos procesos de influencia que dan lugar al funcionamiento de las sociedades (en palabras de Pérez y Mugny), a los procesos sociales que las definen y que producen efectos (a veces verdaderos estragos) en las personas que pertenecen a ellas.

Todas estas consideraciones nos abren de par en par el amplio y complejo panorama de la influencia en unos términos que se podrían parecer a lo que se muestra en el recuadro 4.

LOS DISTINTOS ROSTROS DEL PODER COMO MANIFESTACIÓN DE LA INFLUENCIA

El panorama que dibuja el recuadro 4 produce una cierta saturación. Pero si se analiza con detenimiento, podrá observarse que uno de los mecanismos de mediación que más se repite en los diversos procesos y modalidades de la influencia es el poder. Si, como se ha señalado en la introducción, el poder es una de las bases de la vida social, no debe hacerse extraño verlo presente en muchos de sus sucesos y acontecimientos. Nicolás Maquiavelo, Thomas Hobbes, Bertrand Russell y Max Weber, entre otros, son algunos de los pensadores que colocaron el poder en el centro del orden y de la estructura social. «Nos encontramos con el Poder cuando nacemos a la vida social», escribía Bertrand de Jouvenel (1998, p. 70) en un primoroso ensayo escrito al calor de los desmanes de la Segunda Guerra Mundial, «del mismo modo que nos encontramos con los padres al nacer a la vida física (...). El Poder es para nosotros un hecho natural. Por lejos que se remonte la memoria colectiva, ha presidido siempre los destinos humanos». Es tan natural que Bertrand Russell comparaba su importancia en las ciencias sociales con el concepto de energía en la física: ambos resultan claves en sus respectivos campos.

Recuadro 4. El panorama de la influencia

Fuente de influencia

Mecanismos de mediación

Consecuencias

Los otros

  • Mera presencia

  • Poder

  • Autoridad

  • Liderazgo

  • Argumentación persuasiva

  • Obediencia

  • Sumisión

  • Cambio de conducta

  • Aprendizaje

  • Ejecución-rendimiento

El grupo

  • Presión

  • Liderazgo

  • Norma

  • Ideología

  • Consistencia

  • Conformidad

  • Normalización

  • Innovación

  • Aprendizaje

  • Cambio de conducta

Estructura social

  • Posición/estatus

  • Poder

  • Rol

  • Igualdad/desigualdad

  • Justicia/injusticia social

  • Equidad/explotación

  • Independencia/sumisión

  • Conformidad

Cultura

  • Norma

  • Tradición costumbre

  • Ideología: creencias, valores, representaciones sociales

  • Aprendizaje

  • Conformidad

  • Cambio de conducta

Ambiente físico

  • Información normativa

  • Estimulación

  • Guión para la acción

  • Escenario social

  • Sobrecarga informativa

  • Compatibilidad/ incompatibilidad

  • Estrés ambiental

quien-es-martin-baro.jpeg

Ignacio Martín-Baró (Figura 1), psicólogo social asesinado en 1989 por el ejército salvadoreño en el recinto de la Universidad Centroamericana (UCA), junto a otros cinco sacerdotes jesuitas y dos empleadas, se une a estas consideraciones, pero añade algunos matices que resultan especialmente pertinentes para los objetivos de este capítulo: a) en efecto, el poder se da en todos los aspectos de la vida humana; b) pero para la psicología social lo más importante es «analizar su papel en la configuración de la vida cotidiana, en los mecanismos de las rutinas» diarias: en las relaciones de pareja, en las interacciones entre padres e hijos, entre patronos y trabajadores, entre maestros y alumnos, etc.; c) dada su presencia en muchas de las relaciones de influencia, el poder juega asimismo un papel decisivo en la conformación del orden social y, sobre todo, en la configuración de la realidad personal (en la configuración de nuestra mente), en la percepción que las personas tienen de la realidad y en la interpretación que hacen de ella, y d) la influencia del poder sobre las personas y los grupos se produce a través de dos vías distintas: una vía inmediata, «imponiendo una dirección concreta a la acción» de las personas, y una vía mediata «configurando el mundo de las personas y determinando los elementos constitutivos de esa misma acción» (Martín-Baró, 1989, p. 93).

La primera de las acepciones y de las vias en las que el poder se hace presente (la imposición) nos remite a una de sus concepciones más clásicas, la de Max Weber. El poder es «la probabilidad de que un actor dentro de una relación social esté en condiciones de hacer prevalecer su voluntad al margen de la base sobre la que descansa dicha probabilidad»

(Weber, 1964, p. 43). Imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena: ésa es la clave del poder. Una de sus manifestaciones más frecuentes es la dominación que se eierce desde el poder de mando (autoridad) al que sigue el deber de obediencia. Merece la pena detenerse un momento en el concepto de dominación, porque proporciona una clave para entender algunas de las manifestaciones de un fenómeno tan cotidiano como el de la obediencia:

Entendemos por dominación un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta

(mandato) del dominador o de los dominadores influye sobre los actos de los otros (de dominado o de los dominados), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato. (Weber, 1964, p. 699).

Asumir (interiorizar) el contenido del mandato: ésa es la clave. La capacidad configuradora de la realidad personal (Martín-Baró) que tiene el poder fue señalada por Stanley Milgram a raíz de sus experimentos sobre la obediencia (Recuadro 6): la autoridad controla el modo en que las personas interpretan su mundo; el sujeto, por su parte, «acepta la definición de la situación ofrecida por la autoridad» (Milgram, 1980, p. 37). Se crea así un estado de dependencia que anula la autonomía del sujeto, convirtiéndolo en un mero agente y apoderado de los deseos de la autoridad. Este estado (estado delegado, lo denomina Milgram) «es en gran medida un estado de la mente» (Milgram, 1980, p. 128). Por eso merece que se le preste la máxima atención.

Poder/dominación/obediencia: he aquí una trilogía de conceptos capaces de dar cuenta de muchas de las cosas que nos suceden y que nos afectan, tanto a título personal como colectivo. Uno de ellos, la obediencia, ha ocupado desde finales de la década de 1960 un lugar privilegiado en la psicología social Recuadro 6).

La propuesta de Weber (poder como imposición y como dominación) se entiende a la perfección: el padre impone su ley en el entorno familiar; el líder de un grupo terrorista manda ajusticiar a un enemigo; el maestro Castiga a sus alumnos; el gobierno impone sus reformas, etc. Todo ello y todos ellos sin tomar en consideración y sin prestar la mínima atención a las necesidades, deseos o voluntad de las personas. Pero no se agotan ahí las manifestaciones del poder. Si éste es una modalidad de la influencia, ésta (ya lo hemos visto) no se reduce a obediencia, sumisión y conformidad; es también aprendizaje, innovación, cambio, transmisión de maneras de pensar y de hacer. En el entorno familiar, los padres ejercen influencia no sólo por medio de la imposición, sino del diálogo y la negociación, y a través de su propia conducta (aprendizaje vicario); en los grupos, los líderes no sólo mandan, sino que apoyan, negocian, informan, persuaden etc., y hasta pueden ser un referente moral para sus seguidores; en la escuela, el maestro no sólo castiga, sino que enseña, dialoga, convence, etc. Hay, pues, un espacio para el poder más allá del imperio de la fuerza, de la dominación, de la imposición de la propia voluntad, de la coerción. Ese es el espacio de la influencia, o, si se prefiere, el espacio del poder como influencia.

 

En una monografía de obligada referencia, Dorwin Cartwright se acercó a su estudio no desde su concepción como un hecho absoluto (el poder puro, el poder egoísta que normalmente desemboca en dominación y explotación), sino desde la modesta relatividad de la influencia de la que, de uno u otro modo, todos somos al mismo tiempo receptores y actores, señalando que: a) el poder indica la habilidad de una persona para influir sobre otra; basta echar de nuevo una ojeada al recuadro 1; b) el poder no es un atributo absoluto, sino una relación de influencia entre dos personas que se traduce en diversos modos de interdependencia (la influencia es mutua y, por tanto, relativa), y c) en línea con la definición de Kelman, el poder es la capacidad para inducir cambios en el espacio vital de otra persona (Cartwright, 1959, p. 213-214), en las normas que rigen el mundo de sus relaciones profesionales (la reforma laboral) o sus relaciones afectivas (el matrimonio entre personas del mismo sexo), por ejemplo.

Consideraciones muy parecidas son las que utilizaron en su momento John French y Bertram Raven para elaborar su propuesta sobre las bases del poder. Su punto de partida no se presta a confusión alguna: poder es influencia e influencia es cambio psicológico.

Consiguientemente, el poder es la habilidad de una persona para influir sobre otra a través de diversas estrategias o por diversas razones que no necesariamente tienen que ver con el uso de la fuerza o en el empleo de la coerción (Recuadro 5) (Figura 2).

Recuadro 5. Las bases del poder (French y Raven, 1982)

Poder de recompensa

Capacidad de una persona para otorgar premios, incentivos o beneficios a otra valorados positivamente por ella.

Poder coercitivo

Posibilidad de sancionar, castigar o reprender a una persona por lo que hace (comisión de una infracción) o por lo que ha deiado de hacer.

Poder legítimo

Poder derivado de la posición, socialmente aceptada o mayoritariamente sancionada (una elección), de una persona en el seno de una estructura

Poder referente

Identificación, atracción, admiración de una persona respecto a otra (o respecto a un grupo) por su modo de pensar, de hacer. por las metas que persigue, etc., sin que esté de por medio la recompensa o el castigo.

Poder experto

Influencia procedente de la percepción de que una persona posee conocimiento, experiencia o capacidades sobresalientes en algún campo que resulta relevante para nosotros.

Poder de información

Posesión y control de información vital, relevante, sensible, por parte de una persona que la sitúa en un lugar de privilegio respecto a otra u otras

Figura 2

Milgram_Experiment.png

Figura 2. Colocación de los sujetos en el experimento de Milgram: V es la figura de autoridad; L es el sujeto experimental, y S es la persona que

-supuestamente- recibía las descargas. Las respuestas las daba pulsando uno de los tres botones que tenía delante.

El experimento Milgram

Recuadro 6. La obediencia a la autoridad: un ejemplo de los efectos del poder

Allá donde esté el poder, acabará apareciendo la obediencia: «El orden emanado del Poder obtiene la obediencia de los miembros de la comunidad», escribía Bertrand de Jouvenel. Al poder de mando (dominación), acabamos de ver en Max Weber, sigue el deber de la obediencia.

Posiblemente, pocas personas han acaparado tanto poder de dominación (poder coercitivo, en términos de French y Raven) como Adolf Hitler. Uno de sus más conocidos esbirros fue Adolf Fichmann, el encargado del montaje diabólico de los campos de exterminio del régimen nazi, donde encontraron la muerte alrededor de seis millones de judíos. Puesto ante esta evidencia palpable en el juicio que acabó enviándole a la horca, Eichmann sólo tuvo un argumento como respuesta: «Siempre había sido un fiel cumplidor de las leyes y las órdenes de Hitler», es decir. una persona obediente a las órdenes de una autoridad legítima, en los términos que acabamos de ver en el recuadro 5. Un criminal de guerra acusado de crímenes contra la humanidad invocando la obediencia: ése es el hecho. Puede que Eichmann mintiera de manera descarada para salvar el pellejo, pero también es posible que dijera la verdad. ¿Cabe la posibilidad de que ciudadanos de a pie obedezcan las órdenes de una autoridad hasta poner en peligro la vida de otra persona? Ésa es la pregunta que se hace Stanley Milgram, profesor de Psicología en la Universidad de Yale, al leer las crónicas que Hannah Arendt enviaba al New Yorker narrando los pormenores del juicio contra Eichmann. Para darle cumplida respuesta, diseña un sencillo escenario de influencia (Figura 2) en el que están presentes:

  1. La persona (P): el sujeto experimental propiamente dicho. Son ciudadanos de a pie de la ciudad de New Haven donde está situada la Universidad. Su tarea consistía en recitar pares de palabras (pato salvaje, caja azul, hermoso día, etc.) a fin de que la víctima los memo-rizase, elegir posteriormente una y ver si la víctima recordaba cuál era su par. En caso de fallar, tenía la orden de empezar a asestarle descargas eléctricas pulsando las clavijas de un panel que tenía delante hasta llegar, si fuese necesario, a los 450 voltios. Cada vez que pulsaba una clavija decía en voz alta, a fin de que la víctima lo pudiera oír, el nivel de descarga que le administraba. A los sujetos del experimento se les pagaba cuatro dólares por sesión y 50 centavos para el transporte.

  2. La situación: la figura de autoridad y la propia Universidad. De manera siempre educada y amable, la figura de autoridad instaba y conminaba al sujeto experimental a dar la descarga eléctrica cuando se cometiera un fallo: «Prosiga», le decía; «es absolutamente esencial que continúe», le repetía si lo veía flaquear.

  3. La víctima: un ciudadano de New Haven. Estaba entrenado para empezar a protestar y a quejarse a medida que subía el nivel de las descargas.

Milgram realizó 18 experimentos en los que llegaron a participar 620 sujetos. Los resultados fueron desalentadores: en el experimento tipo (una figura de autoridad, una víctima y un sujeto experimental), 26 de las 40 personas que participaron en él (el 64%) llegaron hasta los 450 voltios, lo que hubiera supuesto la muerte automática de la víctima. No es éste el momento de entrar en disquisiciones en torno a la obediencia, sino de recordar un principio con el que nos venimos maneando desde los primeros párrafos de este capítulo: el cariz diferente que muestra nuestro comportamiento cuando estamos solos y cuando estamos junto a otras personas (una figura de autoridad, en este caso). ¿Cuántos sujetos hubieran llegado a asestar los 450 voltios en ausencia de la figura de autoridad? A partir de los experimentos de Milgram hay razones suficientes para dar una respuesta contundente: ninguno. Y ésa es precisamen te la lección más importante del experimento: «Las personas más corrientes, por el mero hecho de realizar las tareas que les son encomendadas, y sin hostilidad particular alguna de su parte, pueden convertirse en agentes de un proceso terriblemente destructivo» [Mil-gram, 1980, p. 19).

Las dos investigaciones mencionadas comparten algunos rasgos que merecen ser destacados. En ambos casos las personas simplemente están en un grupo, y ese hecho tan elemental y tan cotidiano es razón suficiente para que se active el proceso de influencia. En ambos experimentos los otros están ahí simplemente estando no hablan, no interactúan, no debaten, probablemente ni se conocen. Simplemente emiten una opinión respecto al movimiento de un punto de luz en una habitación a oscuras (efecto autocinético) o a la longitud comparativa de una raya trazada en dos cartulinas (Fig. 3). Tampoco se puede ocultar que en ambos experimentos se pone en juego el mismo proceso psicológico: la percepción de un estímulo físico.

Las diferencias se cifran en dos aspectos que bien se podrían considerar marginales: a) el número de personas que forman el grupo (tres en el caso de Sherif, ocho en el de Asch), y b) el fundamento o la base sobre la que se desencadena la influencia: la percepción ilusa del movimiento de un punto de luz en torno al cual se forma un patrón perceptivo grupal (una norma), o la opinión mayoritaria, manipulada mediante acuerdo previo (presión de grupo), respecto a la semejanza de dos líneas trazadas en sendas cartulinas.

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Figura 3. Cartulinas usadas en el experimento de Asch. Una de las rayas de la cartulina 2 es idéntica a la raya de la cartulina 1. Los sujetos tenían que decir cuál de las tres era. En cada uno de los 12 ensayos se cambiaban las cartulinas.

Los resultados de ambos experimentos han pasado a convertirse en principios básicos de la psicología social, y bueno será recordarlos. En la investigación de Sherif ocurre que cuando los sujetos comienzan solos la tarea (decir cuánto se mueve el punto de luz), se da una gran dispersión de opiniones (de pautas perceptivas): las personas somos, en efecto, distintas y vemos de distinta manera la realidad que nos rodea. Cuando esa tarea la hacemos en grupo, se da una clara tendencia a la convergencia, a la formación de un patrón perceptivo (norma) común, que, y esto es especialmente relevante, se mantiene después a título individual, quedando incorporado a nuestro repertorio cognitivo, afectivo o conductual (Fig. 4). En el caso de Asch, lo que ocurre es que el 33,2% de los sujetos acaban diciendo algo distinto a lo que están viendo en las cartulinas (mienten) debido a que el resto de sus compañeros de faena han opinado en una misma dirección (presión grupal). Por resumir:

  • Cuando las personas nos enfrentamos a una determinada situación a título individual, utilizamos criterios y establecemos pautas personales para interpretarla y reaccionar ante ella.

  • Cuando esta tarea la hacemos en grupo, se produce una tendencia a converger en pautas y criterios comunes (norma) que des pués utilizamos cuando estamos solos:

Cuando una persona se enfrenta por primera vez a una situación estimular en un contexto grupal y reacciona a dicho estímulo valiéndose de una norma emanada del grupo, se produce una tendencia a seguir utilizando esa misma norma para reaccionar ante el mismo estímulo, incluso cuando el sujeto ya no se encuentra dentro del contexto grupal. (Sherif, 1936, p. 33)

A este proceso se le da el nombre de normalización.

- Es decir, cuando el grupo entra en funcionamiento, la unidad de análisis ya no es un individuo,
...sino un individuo social que posee un lugar en el orden social en calidad de hijo, marido o trabajador [...]. Para comprenderlo debemos estudiarlo en el marco de su grupo; para entender al grupo debemos estudiar a los individuos cuyas acciones interrelacionadas lo constituyen. (Asch, 1962, p.262).

Sherif (1936, p. 78) había hecho la misma apreciación: «la situación de grupo puede ocasionar cambios en la experiencia y en la conducta de cada una de las personas que están dentro de él». En esta situación, la gente actúa como miembro del grupo. La cursiva es del propio Sherif, y remite a algunas de las consideraciones hechas en la introducción.

  • Las personas nos sometemos a los dictámenes del grupo, somos sensibles a la presión del grupo, subordinamos nuestros procesos mentales legítimos a los de los demás, en palabras de Asch. Hablamos, pues, de un proceso de conformidad.

  • En el fondo de la conformidad se encuentra la necesidad de estar de acuerdo con el grupo, el miedo al rechazo, al aislamiento, a la soledad, a quedarse sin el afecto y el apoyo del grupo.

  • La independencia es libertad, autoafirma-ción, confianza en uno mismo. La sumisión y la conformidad es superficialidad, renuncia a la propia experiencia, sometimiento, error, confusión:
    Cuando los individuos anulan su capacidad de pensar y juzgar a su modo, cuando dean de relacionarse independientemente con las cosas y las personas, cuando renuncian a su iniciativa y la delegan en otros, alteran el proceso social e introducen en él una arbitrariedad radical... El acto de sumisión es antisocial, porque siembra el error y la confusión. (Asch, 1962, p. 493)

  • Parece evidente, siguiendo la distinción de Deutsch y Gerard (1955), que el tipo de influencia que está presente en estos casos es de tono claramente normativo. Primero, por la ausencia de interacción y, por tanto, de argumentaciones a favor de una u otra opción. Después, porque el motivo que subyace a la convergencia (normalización) y a la conformidad, especialmente a esta última, es ganar aceptación o evitar el rechazo. Al final, importa mucho más estar en consonancia con el grupo que la correcta realización de la tarea.

- Aunque en sentido estricto no pertenece al epígrafe de los resultados, en los experimentos de Sherif hay un detalle que nos devuelve al comienzo del capítulo: los sujetos que participaron en sus experimentos tampoco parecían ser conscientes de que se dejaban influir por los otros:

No todos los sujetos eran necesariamente conscientes de que estaban siendo influidos por los otros, o de que él y las otras personas estaban convergiendo hacia una norma común. De hecho, la mayoría de los sujetos dijeron no sólo que ya tenían formada su opinión antes de que los otros hablaran, sino que no se habían dejado influir por ellos. (Sherif, 1936, p. 108).

LA INFLUENCIA DE LAS MINORÍAS ACTIVAS: LA INFLUENCIA COMO CAMBIO SOCIAL O INNOVACIÓN

Ante los resultados de las investigaciones de Sherif y Asch, resulta muy fácil hacerse la siguiente pregunta: ¿Qué pasaría si, en vez de tener que emitir las respuestas en público, los sujetos pudieran dar su opinión en privado? No hay duda: el grado de conformidad se reduce de manera considerable. Lo mismo sucede cuando los sujetos ingenuos (los que no están previamente compinchados con el experimentador para emitir una respuesta abiertamente errónea) son dos o más. Estos casos ponen de manifiesto que lo que probablemente esté ocurriendo con la presión de grupo sea una conformidad simulada, un comportamiento de mera complacencia («la adopción transitoria de un comportamiento»).

en el que los sujetos simplemente aparentan, pero no necesariamente cambian sus percepciones. Y no sólo eso, sino que la normalización, la uniformidad, la conformidad con la mayoría, la sumisión y la obediencia mas o menos ciega a figuras de autoridad se instalan en una visión inmovilista que concibe la realidad como algo inevitable e inmutable que debe ser aceptado como es, renunciando con ello al cambio social: son los imperativos del mercado, las leyes de la naturaleza, como se argumentaba contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, los mandatos de Bruselas, los designios de los dioses, dicen quienes siguen aferrados (y para seguir aferrados) a un poder del que obtienen pingües beneficios.

Todos estos matices y algunos más son los que expertos tan cualificados en su estudio, como Serge Moscovici, Gabriel Mugny o Juan Pérez, han introducido en la explicación del fenómeno de la influencia visto desde el poder o desde la fuerza de la mayoría: desde ahí está garantizado un inmovilismo rancio y férreo con olor a naftalina y la reproducción del orden social existente, pero apenas hay noticias sobre el cambio social. Para ello necesitamos un paradigma distinto: el de las minorías activas, ...un fenómeno cuya importancia hace ya mucho tiempo que ha sido reconocido por la biología. A saber, que una especie, para vivir en un medio y adaptarse, debe transformar lo escaso en abundante, el obstáculo en mantenimiento. En este sentido, crear e innovar es para ella una necesidad. De lo contrario está condenada a desaparecer. (Moscovici, 1991, p. 303).

Desde la consecución del derecho al voto de las mujeres o la firma del Acta de los Derechos Civiles en 1964, que prohibía la segrega ción racial en Estados Unidos, hasta la parali ración de los desahucios o la devolución del dinero incautado a quienes fraudulentamente fueron encaminados a invertir en acciones preterentes, pasando por el reconocimiento de los derechos de los homosexuales, incuido el matrimonio, asistimos a una actividad convencida y continuada de grupos minoritarios que han sido capaces de hacerse visibles a pecar de ser pocos, de introducir dudas en verdades supuestamente inconmovibles, de descubrir los intereses personales (económicos o de otro estilo) donde se pretende defender intereses colectivos (desvelar la mentira), de mostrar que se puede ser distinto sin dejar de ser humano, de cambiar de costumbres y tradiciones sin poner en peligro el orden social.

Los mecanismos de la innovación se sitúan en el conflicto que las minorías pueden lle gar a introducir en los otros y en el sistema social. Ya no es una forma de dependencia lo que subyace a la influencia, sino el estilo de comportamiento de las minorías, instrumento de creación y gestión del conflicto. (Pérez y Mugny, 1988, p. 3).

La minoría no puede invocar el poder porque carece de él, no puede usar la fuerza del número porque son pocos; sólo tiene dos armas para convertirse en agente de influencia: invitar a pensar, a contrastar opiniones, a debatir, y ser coherente con lo que piensa y consistente en su forma de actuar, en su estilo de comportamiento: «Para ser influyente», dice Serge Moscovici (Fig. 6), «una minoría tiene que ser consistente». Éstas son las características que conforman la influencia in-formativa.

Minoría/estilo de comportamiento/conflicto/innovación: he aquí otro grupo de conceptos y de procesos a los que se debe prestar especial atención. No se puede negar que algunos de los cambios que han transformado la convivencia social a gran escala, las relaciones cotidianas entre las personas y la vida de millones de ciudadanos son el resultado de la tenacidad, el empeño y el aguante que han manifestado grupos minoritarios activos y organizados que han cuestionado o se han opuesto a determinadas normas sociales y lo han hecho basándose en argumentos que se esfuerzan para que sean conocidos -influencia informativa-, para que los demás los valoren y escruten -validación- y que han defendido de manera consistente contra viento y marea. La innovación es, pues,... un proceso de influencia social, que generalmente tiene por fuente una minoría o un individuo que intenta, va sea introducir o crear nuevas ideas, nuevos modos de pensamiento o comportamiento, o bien modificar ideas recibidas, actitudes tradicionales, antiguos modos de pensamiento o compor-tamiento. (Doms y Moscovici, 1985, p. 76).

De acuerdo con ello, la influencia se puede originar y puede proceder de una diver-gencia, de un conflicto.

El paradigma experimental usado para mostrar y demostrar la influencia minoritaria queda recogido en el recuadro 7.

Recuadro 7. El paradigma azul-verde

Para averiguar si una minoría (de participantes cómplices/ podía condicionar los juicios de una mayoría (de participantes ingenuos) y descubrir los procesos subyacentes se realizaron distintos experimentos con algunas características comunes. La tarea consistía en determinar el color de una serie de diapositivas. El color de todas ellas era azul mas o menos luminoso. En el estudio de Moscovici y Lage (1976) había tres condiciones experimentales. En la primera, los cómplices respondían en voz alta «verde» (respuesta consistente).

 

En la segunda condición, los complices decían en unas ocasiones que la diapositiva era verde y en otras que era azul, o uno de ellos decía verde y el otro azul (inconsistencia sincrónica o interindividual).

 

En la condición control no  había ningún participante cómplice entre los seis que realizaban la tarea. El análisis de las respuestas de los participantes ingenuos -número de veces que indican que la diapositiva es azul (color real) o verde- muestra que en la condición de minoría  consistente, el 10% de las respuestas se inclinaban por «verde», mientras que en la condición de minoría inconsistente tan sólo lo hacían el 0,75%, y en la condición control sólo un 1,22%.  Estos datos llevaron a concluir que una minoría de dos, si se muestra consistente, puede influir en las respuestas públicas de una mayoría que triplica su número.

En una segunda parte de este experimento se presentaron otras 16 diapositivas: 3 verdes, 3 azules y 10 verde-azules, y se pidió a los participantes que dijeran en alto si eran verdes o azules. Los resultados mostraban que, en comparación con el grupo de control, los participantes de las condiciones experimentales juzgaban las diapositivas verde-azules como verdes en un porcentaje mayor que como azules. La tendencia era más acentuada en las respuestas de los participantes que en la primera parte del experimento no habían dado juicios de verde. Estos resultados se interpretaron en términos de conversión: aunque no consiga una aceptación manifiesta, una minoría puede hacer que las persomas revisen las bases profundas de sus juicios y opiniones, mientras que la mayoría puede conseguir aceptación «sin afectar el sistema cognitivo-perceptivo subyacente» (Moscovici y Lave, 1976, p. 163).

Las minorías pueden tener éxito como agentes de influencia, pueden ser incluso más eficaces en el logro de sus propósitos que las mayorías, pero para ello han de cumplir algunos requisitos: a) mostrar una conducta consistente, que, como es obvio, suele ir más allá de señalar el color de una diapositiva en el paradigma azul-verde; b) la consistencia ha de ser compartida por los miembros del grupo minoritario (consistencia diacrónica y sincrónica); c) ésa es la única vía para atraer la atención hacia el grupo, escuchar y analizar sus mensajes y prestar atención a sus argumentos; d) en el transcurso de dicho análisis se puede descubrir que tales mensajes aportan un punto de vista alternativo que merece ser analizado en profundidad (validación); e) puede llevar a cuestionar las normas establecidas por la mayoría y, como consecuencia de ello, a poner entre paréntesis nuestras propias creencias, actitudes y conductas; f) sobre todo si se percibe que quienes forman parte de las minorías son personas que sacrifican su bienestar personal y material por la causa (cumpliendo una con-dena, exponiéndose al rechazo social, etc.) y actúan por principios o valores comunes (la paz, la libertad, bienestar de otros) más que buscando el beneficio personal (poder, dinero), y g) sus planteamientos son consistentes pero a la vez abiertos y flexibles: no buscan imponer, sino que sus ideas y sus propuestas se incorporen al debate público (influen-cia informativa). Éste, dicen los teóricos de la influencia minoritaria, es el proceso que se encuentra en la base del cambio social. Y es posible que tengan razón, aunque no toda la razón: la influencia minoritaria no es el único camino para el cambio social; éste puede ser fruto también de la influencia de líderes carismáticos (Mandela es un claro ejemplo), de procesos y levantamientos revolucionarios, de la presión de mayorías que han salido de su letargo (miedo) silencioso, como ocurrió en España tras la muerte del dictador Franco. Por otra parte, conviene recordar que a veces los logros conseguidos por las minorías se pueden desvanecer con el paso del tiempo debido al cambio en las relaciones de poder, como ocurre en la actual situación española, porque el cambio no siempre es directo, inmediato y explícito, o porque las personas evitan exteriorizarlo para librarse de la presión y el rechazo.

Si se sigue la argumentación de quienes han defendido e investigado esta modalidad de influencia, probablemente su visión más acertada la obtenemos en su comparación con la influencia mayoritaria. Veámoslo de manera resumida para concluir este epígrafe recuperando una interesante opinión de Ser ge Moscovici:

En resumen, la mayoría, de una u otra forma, ejerce una influencia inmediata, una conformidad que se esfuma al cabo de tres semanas. En cambio, la minoría convierte; es decir, mantiene su influencia durante un cierto tiempo. Con razón o sin ella, yo sigo afirmando que hay una diferencia entre ellas, aunque algunos autores se nieguen a verla. (Moscovici, 1991, p. 318).

LA INJUSTICIA SOCIAL MATA: LA INFLUENCIA CALLADA Y SUTIL DE LA CULTURA Y DE LA ESTRUCTURA SOCIAL

En el panorama de la influencia (Recuadro 4), la cultura y la estructura ocupan, por derecho propio, un lugar al que la psicología social ha prestado menos atención de la merecida, a pesar de los incuestionables efectos que ambas tienen sobre lo que las personas y los grupos piensan, sienten y hacen. La influencia va de las personas a los procesos sociales y de los procesos sociales a las personas, en una circularidad que nos define como seres sociales y define a la realidad social como el producto de las acciones humanas. Ambos son hechos incontrovertibles y necesarios; ambos se necesitan y se complementan.

Para los modestos propósitos que persigue este capítulo, y con la inestimable ayuda de Michael Cole, uno de los más celebrados especialistas en psicología cultural, se define la cultura como un conjunto de artefactos materiales y simbólicos (tradiciones, costumbres, creencias, esquemas y representaciones simbólicas sobre lo divino y sobre lo humano) que son compartidas por un conjunto de personas y que actúan como mediadores de sus prácticas sociales y de sus relaciones interpersonales (Cole, 1999, p. 136). Estructura, por su parte, es sinónimo del orden y la posición en el que están colocadas las piezas de un todo, sea el arco de una catedral gótica o el organigrama de una empresa (los trabajadores de a pie, los líderes, los mandos intermedios, las tareas a realizar por unos y por otros, los horarios de trabajo, las remuneraciones, las normas internas, etc.). Estructura es también sinónimo de interrelación entre las piezas que la componen, y de permanencia.

Éstas son también instancias y agentes de influencia. La cultura y la estructura social no son fáciles de observar, de tocar, de señalar con el dedo; muchas veces ni siquiera se ven, sólo se infieren, se imaginan, se intuven y únicamente son perceptibles en sus con-secuencias. Si volvemos por un momento al recuadro 1, solamente el último de los ejemplos seleccionados invoca de manera directa y clara la cultura como agente de influencia. Sin embargo, la experiencia que relata esta estudiante de psicología ha sido y sigue siendo común a cientos de miles de personas en nuestra sociedad, aunque parece pasar desapercibida como agente de influencia. Todavía lo son menos aquéllas que tienen como referente el estatus o la clase social. No ha de extrañar que a una joven estudiante de psicología se le escondan los efectos que sobre su salud puede producir la clase social a la pertenece y el hecho de ser mujer (el género). Ello a pesar de que hay pocas relaciones de influencia tan claras y tan evidentes, y veces tan dañinas y dolorosas, como las que se dan entre la clase social y la salud (física y mental), y entre el género y la salud. Y si hablamos de género (mujer), clase social (pobre) y pertenencia étnica o racial (inmigrante subsahariana, por ejemplo), los efectos sobre la salud pueden ser devastadores. Es posible que los estudiantes primerizos no sean conscientes de ello, pero nuestra obligación es hacerlo patente. La psicología social lo ha hecho hablando, por ejemplo, de la cultura de la violencia, la cultura del honor, la cultura de la pobreza. 

Los ejemplos son innumerables. Un buen día te asomas a un periódico y lees: según los datos del Informe del Instituto de la juventud 2022 "los jóvenes mexicanos manifiestan mayor rechazo hacia los diferentes que antes de la crisis» son más intolerantes y más racistas. Los expertos dicen que ello es debido a la coyuntura en la que viven"

 

Resulta difícil ponerle cara a la coyuntura, pero sabemos que está generando en muchas personas un alto grado de experiencias emocionales negativas y baja satisfacción con la vida (está afectando al bienestar subjetivo), está incrementando el sentimiento de indefensión y golpeando la autonomía y el autoconcepto (bienestar psicológico), y está conduciendo a una baja confianza en los otros y en la sociedad en la que nos ha tocado vivir, a una merma en el sentimiento de integración (sentimiento de pertenencia) y a una creencia fatalista de que esto no hay quien lo arregle (bienestar social). Bienestar subjetivo, bienestar psicológico y bienestar social son palabras mayores en el campo de la psicología; detrás de ellas hay teorías de gran alcance, investigadores de gran prestigio y resultados de gran trascendencia personal y social que no es éste el momento de concretar, pero que el alumno interesado puede investigar.

En el actual panorama de la sociedad latina, y con motivo de la crisis económica derivada de la pandemia, se están dando pasos de gigante con total impunidad y desvergüenza hacia la pobreza la injusticia y la desigualdad social, tres lacras sociales que no tardarán en hacer sentir sus perversas secuelas en la salud y en la vida de cientos de miles de personas.

RESUMEN

 

El capítulo sobre influencia es un clásico en los manuales de psicología social, pero, como en algún momento se ha señalado, tiene el inconveniente de que bajo ese título se cobija la prácticamente toda la disciplina. Ello ha conducido a que los contenidos que se incluyen bajo el epígrafe de influencia varíen, de manera considerable a veces, de un manual a otro. En el caso del capítulo actual hemos apostado por tres ideas básicas. La primera es que la influen cia es un efecto de la situación, pero no de una situación concreta, sino del hecho incuestionable de que cualquier comportamiento está situado y, por tanto, cualquier comportamiento puede ser fruto de algún agente de influencia; lo será o no dependiendo de la naturaleza de la situación y, por descontado, de la naturaleza de la persona. La segunda ha considerado el poder como una manifestación de la influencia. Hay quien considera que es justamente al revés. Existen razones para defender ambas posiciones. En nuestro caso, hemos argumentado que puede haber influencia sin poder, es decir, sin la presencia o sin la intención de crear asimetría entre los interlocutores, sean éstos dos personas, dos grupos o dos sociedades. La tercera de nuestras apuestas ha sido la de concederle un espacio a la influencia procedente de la estructura social y de la cultura bajo el argumento de que la influencia también se encuentra en el centro de los procesos y de los acontecimientos sociales. El resto del capítulo discurre por los cauces esperados: tras abordar la definición de la influencia, se ha dedicado la atención obligada al poder como manifestación de la influencia, al grupo como el escenario más decisivo de influencia y a la existencia de minorías comprometidas con determinadas posiciones e ideas que han sido capaces de dar la vuelta a algunas de las cosas que creíamos inmutables, a algunas de las verdades que creíamos eternas.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE:

Comprensión de lectura

De respuesta al siguiente cuestionario y remita su actividad por correo a: tareasconsejomxneurociencias@gmail.com

1. Porqué es importante el estudio de la influencia social?

2. En qué consistió el experimento de Solomón Asch?

3. En qué consistió el experimento de Milgram?

4. Menciones dos ejemplos de influencia social que usted haya percibido en su entorno

5. Cuál fue el propósito o que pretendía mostrar el experimento "El paradigma azul-verde"?

6. Mencione alguna ejemplificación de la influencia de las minorías activas en México o Latinoamérica

7. Señale al menos un ejemplo de cada uno de los siguientes criterios:

  • Poder de recompensa

  • Poder coercitivo

  • Poder legitimo

  • Poder referente

  • Poder experto

  • Poder de información

8. Cuáles fueron las aportaciones de Ignacio Martín-Baró en la psicología social?

9. En qué consistió el experimento de Sherif

10. Cuáles considera usted son los principales problemas sociales de actualidad en México?

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